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Es un hecho que a la hora de hablar de libertad, la mayoría de las veces, solo y casi únicamente se tiene en cuenta la libertad electiva.
El énfasis exclusivo en la libertad electiva o libre albedrío, el considerar solo este tipo de libertad, es decir, reducir la libertad a elegir de lo cual efectivamente es decisivo, es fuente, a pesar ello, de muchas ambigüedades, paradojas, cuando no patologías.
Cualquier afirmación de la autoridad objetiva de los valores y normas parece constituir una amenaza. En efecto, si consideramos la libertad electiva como paradigma exclusivo de lo que consiste el ser libre, pareciera, prima facie, que las nociones de libertad y de ética fueran del todo opuestas y antagónicas. Desde esta perspectiva la ética será concebida como mero límite que constriñe desde el exterior el despliegue de la libertad.
Uno de los propósitos centrales del presente libro es mostrar la contextura ética de la libertad: cómo la libertad lleva consigo, inseparablemente, una intrínseca dimensión ética que la marca desde dentro.
Si bien cabe distinguir nocionalmente la libertad electiva de la libertad moral, son dimensiones que en la realidad están unidas y no cabe escindirlas. Si las separamos, tendremos una visión mutilada y parcial de la libertad ajena a una visión integrada de las acciones de la persona.
Se nos ha dado la libertad para amar y su valor vendrá dado por la excelencia de lo que ama y depende.